miércoles, 1 de junio de 2016

La vuelta de la novela escrita con la punta de la chota. Capítulo trece

Cuando era chico, vivía enfermo. De esos años recuerdo patente la pija de mi padre. Se me representa ahora ante los ojos, ante los labios y la nariz, gruesa, oscura, ominosa, fantasmal, vedada, improbable. No sé cuán chico. Ni cuán enfermo. Pero me atacaban los asmas, los bronquios, los pulmones. No sé exactamente, por ahí era todo impostado. Lo importante era el estado general: enfermo. Enfermo en general, sufriente, lloroso, mocoso, con nebulizadores, gotitas, pastillitas, máquinas de vapor eléctricas para meter la geta y respirar los vahos y aflojar los bronquios, las flemas, los asmas, los pulmones, vaya a saber qué era lo que había que aflojar, qué dureza o rigidez interna. Que no se me aflojó hasta más adelante, si es que se me aflojó algo. Pero era algo que me tapaba la garganta, los pulmones, las tuberías que conectan una cosa con la otra y permiten la respiración, el paso de líquidos y sólidos.
Y entonces tenía que aprovechar también los vapores de la ducha para aflojar mis tuberías en invierno. Así que cuando mi padre se duchaba yo tenía que quedarme en el baño, en un rincón, jugando o dibujando, respirando los vapores. El agua caliente pasaba por todo el cuerpo y se escurría en su pija, convirtiéndose en estado gaseoso y yo imaginaba que los vapores que respiraba salían de ahí, de su pito. Por eso recuerdo la pija de mi padre, clara, patente, una pija morocha enmarcada en una mata de pelo negro. Yo dibujaba mientras le caía el agua de la ducha por todo el cuerpo y se escurría por su poronga, gruesa, a veces medio gomosa, morcillona, como si orinara. Soñaba con esa pija, quería hincarme en la ducha y que me mojara, que me orine. En ese entonces yo desconocía la existencia del semen, así que inventaba, creaba, placeres nuevos en mi mente como la lluvia dorada. Pensaba que eso me iba a curar, el calor de la orina, no sé bien curar de qué, pero igual quería que me cure.
Creo que de entonces proviene mi carácter masoquista, sufriente. Disfrutaba estar enfermo, que me falte el aire, ahogarme, sabía que así tendría que respirar vapores en la ducha y presenciar ese espectáculo sublime de la poronga chorreante de mi padre. Cada vez que me atraganto de pija recuerdo largas noches de asma, sin dormir, sin poder respirar, ahogado. Y eso que no había leído el caso Dora de Freud. Supongo que por eso me gusta sufrir, que me hagan sufrir, sentir dolor hasta que no puedo más.
Todavía cuando era adolescente tenía ataques de asma periódicos, no podía dormir en toda la noche. La garganta se me cerraba, se me hinchaba la glotis, impedía el paso del aire. Era como si necesitara con urgencia que me quiten la obstrucción gutural a pijazos, que me lubriquen las pareces internas de la garganta con unos buenos chorros de semen lustroso. ¿Será por eso que disfruto el ahogamiento? ¿El atragantamiento de pija? ¿Las humedades escupidas, eyaculadas, orinadas?
Pero todo esto no me pasa a mí, que soy el narrador, por decirlo de alguna manera, sino a Juan, nuestro protagonista, así que le pifié a la persona gramatical que no tendría que ser primera, sino tercera. Vamos de vuelta:

Cuando era chico, Juan vivía enfermo…

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